sábado, 28 de noviembre de 2009

Impressions on Chopin's nocturnes (Jacques Loussier)


Cada cosa en esta tierra, tarde o temprano, tendrá algo que decir.
A medida que uno se va distanciando más de los lenguajes concretos, aquellos donde decir árbol, pie o agua, constriñe el alcance de su imagen a espacios de tiempo y forma, las otras conversaciones (las que uno tiene con los días ya gastados, la ciudad y las cosas rotas que nadie tira) van cobrando nitidez.
Así, después de un rato, uno se puede saltar el protocolo de enunciar "hambre" para reconocerla a un costado; o frío, para escucharlo merodear en la ventana, y podemos comenzar a saldar las cuentas con esa cosa callada que sale de algún lado para que la miremos con los oídos y con las manos, o con el vientre, aunque sólo sea a través de un piano, en la oscuridad.

martes, 24 de noviembre de 2009

Mar dulce (Bajo Fondo Tango Club) por Klett García


Bien lo dice Diego: los tangos de Adriana Varela son para embriagar esa parte de la memoria a donde van los nudos en la garganta que todos guardamos como embolias, pero es otro aspecto de la nostalgia el que se nos presenta en este disco de Bajo Fon-do; paralelamente a las canciones que sirven a la noche o a los viajes íntimos, “Mar Dulce” funciona como soundtrack en los días inundados por el letargo de la calle.
El sonido atemporal que nace del diálogo entre el tecno-pop y el tango despier-ta la furia de las ciudades y el sentido de uno como individuo, ahí, en el café o en una esquina esperando a que cambie el rojo. Cielos nublados y la estela de las luces de los coches son la ambientación ideal para un estilo que sustituye la viceralidad con la mera contemplación de las ventanas empañadas.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Fine and Mellow (Ella Fitzgerald)


Creo que ni Fitzgerald ni el propio Norman Granz (su productor), llegaron a imaginar el resultado final de este disco.
Después de todo, cuando un lee los créditos de los músicos que acompañan a Ella, se pueda esperar cualquier cosa, desde un escaparate constante de virtusismo y talento, monólogos musicales de suma trascendencia para la comunidad jazzera. Pero no. Lo que uno encuentra en este disco es más importante que lo anterior, es un ejemplo extraordinario para demostrar que la genialidad de la música (y la vida en general) está en la integración de sus elementos.
En este disco no hay solos impresionantes, ni reformulaciones armónicas inesperadas, ni aspectos rítmicas vanguardistas, ni soniditos raros; sólo hay 8 geniesillos que se preocuparon por hacer un disco con "Onda"

sábado, 21 de noviembre de 2009

Vivo (Adriana Varela)


Le decía a un amigo que escuchar este disco de Adriana Varela antes de dormir, es peor que tomarse 10 expressos dobles del café Cali.
A lo mejor eso ocurre por ese color desenfrenado que los bandoneones le dan a la noche, o por la ironía de las canciones que poco a poco le embriagan a uno el ímpetu. Porque las canciones son más o menos como un licor cualquiera; sólo que éstas tienen la particularidad de funcionar medio a la inversa. Es decir, el licor uno lo traga y luego se embriaga; con las canciones, en cambio, uno simplemente revive todas las palabras que, en otro momento, fue necesario tragárselas, y desde adentro comienza a embriagar.
No sé. Estos tangos traen la onda que tiene el sur en las ciudades.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Shades of Chet (Rava e Fresu)




Creo que, en términos de los buenos discos, hay discos que sanan y discos que hieren.
Los que hieren suelen usarse para potenciar estados anímicos del tipo melancólico, nostálgico, saudadesco, qué se yo. Cosas como esas.
En cambio los que sanan, en mi caso, me provocan ganas de comer pizza, tomar vino, o nomás ver cómo pasa la tarde desde el balcón. Éste disco es de esos.
Por alguna razón la combinación: sol - balcones - vino y Shades of Chet, se me antoja ideal.
Además, respecto a sus ejecutantes, me parece uno de los discos mejor logrados del trío de Enrico Rava con Fresu y Bollani; claro hay otros que también son tremendos, pero éste en especial tiene mucha "Onda".

Pd.

Si lo bajan, escuchen la rola de Donna, ideal para los inviernos en el trópico.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Preguntas

¿Qué es lo que propicia que un paseante que no sea pintor ni se dedique a ninguna cuestión visual, se meta a una galería y que encima pase más de 30 minutos ahí dentro, viendo las obras expuestas? Y más aún ¿Qué es lo que lo convence de regresar un par de veces más para no olvidarse de ciertos cuadros? ¿Qué es lo que hace que la gente que no es músico se pueda interesar por cierto pasaje de un solo de jazz?
En fin. ¿Qué es lo que hace que el artista pase de ser el del cuadro tal, el de la canción tal, a ser alguien con un nombre propio en la memoria de su público?
No quisiera sacrificar estas preguntas ante el dictado tutelar de conceptos técnicos como el estilo y la vuelta de tuerca, en literatura; o la sonoridad, el ritmo y el fraseo, en la música. Como no estamos en una escuela, ni institución que avale tal o cual forma de pensamiento, ni esperamos la calificación o la aprobación de ningún jerarca del conocimiento, podemos establecer otra prioridad: esperar que las ideas de cada quien las entendamos todos. Por eso, he de responder a las preguntas de la siguiente forma: lo origina todo lo anterior es la onda.

Hay que entender a la onda.
Junto con la capacidad de una persona para poder elegir de quién enamorarse y de quién no, saber producir la onda resulta otra de esas cualidades utópicas que todo ser humano desearía.
La onda es intangible, irreconocible en términos científicos, pero perfectamente sensible; y puede estar en todas partes; desde contar un chiste hasta inventar un nuevo paso de baile o seleccionar una tipografía para un cartel.
Podría decirse que la onda es pariente del sentido común, aún más que de los conocimientos técnicos que uno tenga sobre tal o cual disciplina. Porque, claro, la herramienta importa, pero si se antepone aquello a la expresión final, entonces la cosa se vuelve académica y aburrida.
Por eso uno anda como los ciegos, buscando aquí y allá, tentando y saboreando sin saber a ciencia cierta lo que se tiene enfrente. Y en realidad, sin buscar tener esa lucidez sobre las cosas, al fin y al cabo, para un ciego como nosotros, el encanto del día a día es deambular en esa mezcla de encantos y desencantos que se cosecha en la oscuridad.